¿Qué fue la leyenda negra española?
¡!Óiganme pues, asesinos españoles! La Corona de España nos debe una disculpa por el denigrante trato resibido por nuestro pueblo por parte de sus ejersitos inmorales e inhumanos!! En nombre de Dios, que caiga sobre los españoles la desgrasia Divina. Andale, ¡Amen!
Hago algunas aclaraciones entre corchetes para usted, señor mexicano soñador, para facilitar su entendimiento. Y en especial, el de cierta parte de la sociedad que por sistema se resiste a entender.
Quinientos años antes, en un lugar del Yucatán, de cuyo nombre no puedo acordarme, iban unos hidalgos caballeros, unos a pie, otros a caballo, sudorosos todos por la infernal humedad de la selva Azteca, cuando días más tarde, y ya en zona algo más ‘civilizada’, por así denominarlo, vieron a los mexicas (ciudadanos del imperio Mexica, que persiguió, ahogo y extermino, a cuantas tribus ‘indígenas’ se negaban a pagarle los impuestos, tuvieran o no con que) y sus ojos atestiguaron como ’llevaban los cuerpos al calpulco [una primitiva versión de la moderna marmita de cocción], adonde el dueño del cautivo [del soldado español cautivado antes de la guerra entre Cortes y Moctezuma] había hecho su voto o prometimiento [condena al español, por serlo]; allí le dividían [al cuerpo del prisionero español] y enviaban a Motecuzzoma [sic] un muslo para que comiese, y lo demás lo repartían por los otros principales o parientes; ibanlo a comer a la casa del que cautivo al muerto. Cocían aquella carne con maíz y daban a cada uno un pedazo de aquella carne en una escudilla [como un bol de comida de aspecto artesano] o cajete [similar a un plato, pero de poca uniformidad simétrica], con su caldo y su maíz cocido, y llamaban a aquella comida tlacatlaolli’. Bernal Diez del Castillo.
Cortes dijo, en su primera reunión con Moctezuma que eran cristianos y enviados por un poderoso monarca que, dolido de lo engañados que los traían los ídolos (los ídolos mexicanos engañaban a los mexicas, como bien sugirió con sus palabras Felipe II), los mandaba para sacarlos de ese error y hablarles del Dios verdadero. Les pedía, por tanto, que ya no practicaran más sacrificios humanos (incluidos mujeres y niños) ni sodomías (incluidos mujeres y niños). Ese era el mensaje. Juan Miralles, autor mexicano de la obra maestra ‘Hernan Cortes, inventor de Mexico’.
¿Amen? Es curioso. Usted se queda con el Dios, pero mata al Mensajero.
Mire, no.

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